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domingo, 28 de junio de 2009

Consumo diario de agua

De unos años a esta parte, mi preocupación por el medio ambiente ha ido en aumento. Debe ser que el mensaje de los ecologistas ha calado en mi permeable espíritu, acérrimo defensor de las causas justas y de lo política y éticamente correcto. En el fondo soy un moralista.

Cuando vivía con mis padres, me costó un mundo conseguir convencerlos de que reciclar era bueno. Y digo que me costó, no porque mis padres sean amigos del primo de Rajoy, ese que dice que lo del cambio climático es una patraña, sino porque periódicamente sale en televisión algún reportaje de esos incendiarios en los que una empresa encargada del reciclaje de los contenedores de colorines acaba mezclando todos los residuos en el mismo montón del vertedero. Y en Murcia ya han grabado un par de veces a la empresa haciendo esto, sin ninguna consecuencia.

'¿De qué sirve reciclar en casa, si luego todo va al mismo sitio?'. Vale, es cierto. Pero para dar lecciones de ética, primero debemos cumplir nosotros. Y luego cambiar al Gobierno de turno, que es quién tolera este tipo de actuaciones. Si tú cumples con tu cometido ecológico, serán ellos los que deban cambiar sus pautas debido a la presión social.

Volvamos al asunto.

Después de recorrer media Europa, mochila al hombro, mi espíritu ecologista se vio incrementado. Conocí en Escandinavia reciclajes que iban más allá del 'plástico, cartón, residuos orgánicos', incorporando el 'plástico duro' y las 'latas'. Conocí los positivos efectos en cuanto a eficiencia energética de los dobles acristalamientos y un buen aislamiento, que redundaban en un ahorro en calefacción. Descubrí en Alemania el reciclaje remunerado de botellas en cualquier comercio dedicado a la alimentación, unos buenos 8 céntimos por botella que llegaron a pagar alguna que otra ronda más. Y, por supuesto quedé fascinado con la movilidad sostenible de las ciudades, en las que el transporte público, ya fuera metro, tranvía o autobús, se combinaba a la perfección con una extensísima red de carriles bici, elementos que hacían de la vida urbana un concepto mucho más bucólico, casi onírico.

Al volver a casa, además de comprar una bici, esa con el timbre de tortuga tan molona que muchos me habéis visto, y de potenciar mi activismo pro reciclaje, me puse manos a la obra para reducir el consumo de suministros en casa. Bombillas de bajo consumo, filtros de ahorro de agua en grifos y cisterna de doble descarga fueron el paso lógico.

Los resultados, en forma de factura, no se han hecho esperar. A pesar de haber aumentado el precio de la luz y de haber caído el verano en todo su esplendor levantino, mi factura de luz se ha reducido, por el momento, en un 27%. Y la nota más importante, nuestro consumo de agua, por habitante y día, es de apenas 75 litros. Lo destaco, pues gastamos menos de la mitad de agua que la mayoría de hogares españoles, cuyo consumo se sitúa en torno a 171 litros por habitante y día.

En fin, si yo soy consciente de que mi consumo de agua aún está lejos de ser sostenible, ¿cómo explicar el consumo medio de este país, en el que el agua es un bien tan extremadamente escaso? Sencillamente, no podría.

Es preciso que tomemos consciencia de manera bastante inmediata de que los recursos del planeta, y sobre todo en ciertas regiones, son finitos. Nosotros no llegaremos a ver cómo se agotan las reservas de todo cuanto hoy consideramos imprescindible, pero es posible que nuestros descendientes más directos sí lo sufran, en un mañana cada vez más próximo. En mi opinión, vale la pena preguntarse cuál es el mundo en que queremos que vivan.

lunes, 15 de junio de 2009

Enlace Joaquín y Tania. Resumen

Buff, vaya tela...

martes, 9 de junio de 2009

El voto absurdo

A estas alturas, todo el mundo sabe de mi afición por la lectura. En general, leo cualquier cosa que tenga letras, ya sea la etiqueta del champú, el Manifiesto Comunista o algún pasaje sangriento de la Biblia, que también los hay. Quiero pensar que es cultura, pero hay veces que pienso que sólo lo hago para humillar a mis amigos jugando al Trivial y para que la gente me diga que utilizo el mismo léxico que un aristócrata del siglo XVIII.

Cuando tocan elecciones, mi afán lector no se ve mermado ni un ápice, por lo que es frecuente que devore multitud de programas electorales. Es cierto que no lo hago con todos los partidos existentes, pero sí procuro hacerlo con las formaciones políticas que me son más afines o que considero necesario conocer, por si tocara sufrirlos durante largo tiempo.

Y heme aquí, un profundo conocedor de las políticas que cada partido relevante pretende llevar a cabo, que el día de las elecciones me presento a ejercer mi derecho constitucional, plasmando mis deseos de una sociedad mejor en un sobre cerrado. Pablo Muñoz Samper, vota.

A lo largo de mi corta trayectoria como elector censado, he votado a formaciones muy diversas, como Izquierda Unida, Ciutadans o Los Verdes. En una ocasión, incluso me atreví a votar al PSOE para las generales y al PP para el Senado, pensando que quizá con cierto equilibrio se verían obligados a alcanzar acuerdos por el bien de todos. Inocente.

Este año, por si lo queréis saber, dudé unos instantes entre Meyer (IU) y Sosa Wagner (UPyD), pues en ambos programas había cosas que quisiera llegar a ver antes de convertirme en un anciano verde y decrépito. Al final, consideré más sólido y realista el proyecto de UPyD. Pasito a pasito.

Lo que me sorprende, es que algunos de mis conocidos dicen que sistemáticamente tiro mi voto al retrete. "Si no votas al PP o al PSOE, estás tirando tu voto; esos nunca ganarán", aseguran.

¿Desde cuándo hay que votar al partido que va a ganar? Yo siempre había creído que unas elecciones servían para expresar la voluntad del pueblo. Y voluntades hay tantas como siglas políticas, e incluso más.

Pero las sorpresas no acaban aquí. Cuando me intereso por saber las razones que llevan a uno y otro a votar por X partido, me encuentro con que la gran mayoría, por no decir el 99% de los consultados, no sólo no ha ojeado un solo programa electoral, sino que una parte considerable de ellos ni tan siquiera sabe qué ideas defiende realmente el partido por el que acaba de votar. Y eso, si es que ha votado, claro está.

Sólo así se puede explicar lo siguiente:

Iniciativa Internacionalista. Este partido, heredero de Herri Batasuna y compuesto por los propios batasunos para concurrir en estas elecciones, cosa que finalmente sucedió, ha obtenido en Euskadi algo más de 115.000 votos, los mismos que el PP vasco. En Navarra, ha cosechado nada menos que 23.000 votos, un 11% de apoyo navarro. Lo inquietante no es esto, sino que resulta que en el resto de España esta formación claramente pro-terrorista, que se compone incluso de algunos activistas, ha conseguido el apoyo de 38.000 votantes. ¿Cómo es posible?

Pues resulta que una parte considerable de los votantes ha ido repartiendo sufragios según le molara más o menos el nombre de la formación. Los batasunos, que no son estúpidos, le han puesto este nombre tan molón a su partido, además en castellano, que suena aperturista y moderno para unas elecciones europeas. Y les han caído algunos votos, sí. Aproximadamente el 0'05% de los españoles votó por ellos.

Algunos lo llamarán democracia, pero para mí que esto, aquí y en Zimbawe, se llama ignorancia supina. No se puede explicar de otro modo que en lugares como Melilla, Albolote o Castellar de la Frontera hayan regalado su voto a esta formación independentista y pro-etarra.

Esto es tan absurdo, para que nos entendamos, como si una persona de color, de color negro quiero decir, votara por Falange, o como si el presidente de las Ventas lo hiciera por el Partido Antitaurino. Inconcebible.

Esto sí es tirar el voto. Es más, es dar relevancia y cabida en democracia, mediante el uso y abuso reiterado de la estupidez humana, a una serie de personas que cree en el asesinato como medio para defender sus ideas. Absolutamente deleznable.

De nuevo me asalta la duda. ¿De verdad mi voto es inútil?

Mejor haced examen de conciencia, practicad la reflexión y aplicad el sentido común la próxima vez que vayáis a decidir algo sobre la sociedad en la que deseamos vivir. Algunos parecen no entender que nos jugamos demasiado.

lunes, 8 de junio de 2009

Las rodillas de Nadal


A día de hoy, Rafael Nadal es con toda seguridad el mejor tenista de la historia reciente de España y, si las lesiones lo respetan, puede que llegue incluso a marcar toda una época en el tenis internacional.

¿Si las lesiones lo respetan? ¿Acaso con 23 años no lo van a respetar? Pues parece ser que no.

El mallorquín, que irrumpió con fuerza en el panorama internacional allá por 2004, culminando un gran año de tenis a nivel individual, y sorprendiéndonos con su tenis incansable en la pequeña pantalla frente a Andy Roddick, en aquella épica final de Copa Davis frente a EEUU, contando entonces con apenas 17 años, se encuentra hoy en un momento complicado.

Eliminado de Roland Garros, 'su' torneo, en octavos de final, confirmada su ausencia en el torneo de Queen's y peligrando su presencia en Wimbledon, vale la pena echar la vista atrás para comprender la magnitud del problema.

Rafael, a sus 23 años, lleva ya 8 años compitiendo en la élite del tenis mundial. Su tenis incansable, ese que tanto nos asombra, unido a un calendario plagado de partidos 'necesarios' para alcanzar el número uno que hoy ostenta, ha terminado por dañar sus rodillas.

Nadal, en sus primeros años, fue calificado como un 'llegatodo', un muro en el que rebotaban todas las bolas. Sin duda, ésta es una de sus cualidades. Él no se rinde y jamás da una bola por perdida. Y es que su gran condición física así se lo permite. Su juventud, además, le otorga la capacidad necesaria para jugar partidos de cinco horas un día sí y al otro también, bajo un sol de justicia. Poco a poco, a su lucha incansable ha ido añadiendo cualidades, hasta alcanzar el número uno y alzarse con la victoria en torneos tan exigentes técnicamente como son Australia o Wimbledon.

Ya no es sólo un jugador de tierra, es cierto, pero su juego sigue siendo demasiado físico. Su saque, la parte más débil de su juego, le obliga a hacer muchos kilómetros para ganar puntos. Y su tenis, ese que ha hecho posible ver partidos de más de cuatro horas en pistas rápidas, exige mucho desgaste.

Unos tres años atrás, las rodillas de Rafa ya fueron noticia. Empezaban a flaquear. Era frecuente verlo lucir vendajes para protegerlas, vendajes que ya hoy son un complemento más en su indumentaria habitual. Ya entonces se comentaba que sus rodillas no aguantarían un calendario ATP demasiado cargado, y se llegó incluso a afirmar por algunos expertos que, a ese ritmo, Nadal no tenía por delante más de 4 ó 5 años de tenis.

La confirmación llegó el año pasado, cuando se quedó sin poder acudir a las citas de la Copa Masters de Shangai y la final de la Copa Davis en Argentina, precisamente por sus rodillas.

Rafael padece una tendinitis crónica en su rodilla derecha. Esto de por sí, para los no iniciados, no es demasiado importante, aunque sí doloroso. Infiltraciones, masajes o tratamientos con hielo son frecuentes en el ritual previo a un partido para Rafa. Sin embargo, en los últimos tiempos, y debido a la exigencia de su juego y a la sobrecarga de partidos, esta tendinitis se ve acompañada de otros problemas en sus delicadas articulaciones. Músculos y ligamentos circundantes se han unido a la fiesta. Para muestra, el motivo por el que se discute su asistencia a Wimbledon es un edema en su rodilla menos castigada, la izquierda.

Así y todo, Rafael Nadal ha conseguido llegar a arrebatar el número uno a toda una leyenda del tenis como es Roger Federer. La pregunta ahora es, ¿cuánto tiempo más aguantarán las rodillas de Rafa el peso de este gigante mallorquín?

Björn Borg, otro mito del tenis mundial, dijo adiós al deporte de la raqueta a la sorprendente edad de 26 años. ¿Volveremos a ver algo parecido con Rafa?

Sólo el tiempo lo dirá.

domingo, 7 de junio de 2009

Grattis på födelsedagen!



En román paladino, feliz cumpleaños a mí mismo.

Ésta será la vigésimo séptima primavera que vea florecer. Hay que ver, cómo pasa el tiempo.

Cuando uno no es más que un tierno infante, tiene la impresión de que el tiempo pasa lentamente. Bueno, eso y que los adultos son enormes. Tan despacio transcurren los días, que a veces uno tiene ganas de darle al 'forward' para llegar a ser ese hombre que algún día cree que será. Ahora, por el contrario, lo que sucede es que el tiempo avanza tan deprisa que lo que uno desearía es que pudiera pararse de vez en cuando, para darnos un respiro.

Supongo que será la perspectiva que dan los años. Cuando se tienen pocos, se hacen muy largos, pero cuando se van acumulando velas hasta transformar una tarta en una hoguera, la sensación es la de que el tiempo avanza demasiado deprisa.

Los recuerdos de aquel imberbe son tan cristalinos que parece que las cosas hubieran sucedido ayer mismo. Parece que fuera ayer cuando Mélodie, la vecina de Lyon, me cantó aquella canción en francés sobre una princesa cansada de esperar. Parece que fuera ayer cuando fui a coger cangrejos a las rocas de la playa de La Torre de la Horadada. Incluso, si me esfuerzo, casi puedo oler el café recién hecho de mi abuelo en Villa Samper. Pero no es así.

¿En qué momento dejé atrás al niño que fui? La verdad, no sabría decirlo. Realmente no sé si alguna vez se fue. A veces creo verlo reflejado en el espejo, pero pronto desaparece, quizá asustado por no reconocerse en lo que hoy se ha convertido.

En realidad, esta fecha, como me ocurre con otras señaladas en rojo en el calendario, no es para mí motivo de dicha. Es más bien momento de reflexión. De hacer balance. ¿A qué distancia me encuentro hoy de lo que quiero realmente? ¿Estoy un poco más cerca? ¿Quizá un poco más lejos? ¿Qué debo cambiar para sentirme realizado?

Este es mi sino. Creer que vivir es autorrealizarse. Lo malo de no tener fe en un ente superior al que confiar mi buena estrella es que debo tomar consciencia de que lo que me sucede es exclusivamente responsabilidad mía. Ya sea bueno, ya sea malo. Yo, y solo yo, soy el único capaz de construirme a mí mismo y a mi propio futuro. Y a veces tengo la terrible sensación de que soy un pésimo arquitecto.