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domingo, 22 de noviembre de 2009

Adiós piercing

La trágica pérdida del pelazo del Chexpi me ha hecho pensar.

Hace un porrón de años, ni recuerdo cuántos, en un claro arrebato juvenil, decidí que me haría un piercing. He aquí un rebelde conformista.

Podría haberme hecho un tatuaje, pero las agujas me aterran, y a la larga sabía que volvería al redil. No, tatuarse la piel con agujas no tiene vuelta atrás, y lo que hoy es un bonito dibujo en una piel joven y tersa, mañana será un manchurrón verdoso en una piel fláccida y añeja. A ver cómo le explicas eso a tus hijos, para qué hablar de tus nietos.

Me decidí por un piercing por ser algo de lo que uno puede arrepentirse. En la oreja me parecía una mariconada, en el labio y en la lengua no lo vi nada práctico, en la tetilla me pareció inútil y en el prepucio me pareció una mierda muy chunga. En realidad en el prepucio ni siquiera me lo llegué a plantear, pero por cosas así es que pienso que el mundo tarde o temprano se irá a la mierda.

Mi decisión final era sencilla. En la ceja. Además, estéticamente me agradaba.

Como mi espíritu transgresor no consiguió vencer a mi sentido común, en lugar de acudir a un garito de éstos en los que un tipo llamado Serpiente, con más dibujos en su cuerpo que un comic de Naruto y ataviado con un chaleco de cuero sin mangas, te mete una aguja en la piel sin más miramientos y tras invitarte a par de tragos de bourbon al ritmo que marcan los 'acordes' de Mayhem, opté por acudir a un ATS.

Sí, me rebelé contra el mundo en la consulta privada de un practicante, en su chalet residencial y bajo anestesia local.

Al principio, la gente me preguntaba si me dolía y yo decía que no. Ahora, la gente me sigue preguntando si me duele, y yo los miro sin saber a qué se refieren. Lo he llevado tantos años, que me he olvidado de que existe. A decir verdad, me acuerdo de él cuando la peluquera me pega un tirón con el peine, cuando me lo engancho con la esponja en la ducha o cuando me llevo un pelotazo en la cara jugando al fútbol. Pero para mí, el resto del tiempo, hasta cuando me miro al espejo, es invisible.

No sé, debe ser que ya no me queda mucho de inconformista. Ya no me siento nada transgresor. Creo que su tiempo ha terminado. Algunos ni siquiera me conocen sin él, pero puedo asegurar que en el fondo fui, soy y seré siempre la misma persona.