Poniéndome al día sobre el sentido de la vida, leí algo al hilo de lo que tratarán las próximas entradas que escribiré, desde que me puse a currar para Blogoempresa y abandoné mis proyectos personales.
En respuesta a un post de un chaval con una crisis existencial, Gonzito le recomendaba, entre otras cosas, que viajara por el mundo. En general, yo asentía con cada frase del texto, y decía para mis adentros que "este muñeco de felpa tiene más razón que un santo". Si bien cualquier párrafo habría servido para reflejar mi acuerdo con la entrada de Don Gonzo, me he quedado con uno que dice así:
En ocasiones este hombre no sólo consigue arrancarme una sonrisa, sino que además me arranca del asiento y me hace aplaudir a rabiar.
Cuando era mucho más joven que ahora, más o menos cuando me empezaron a salir canas y granos a partes iguales, el dinero se me iba en recargas de móvil, botellas de Smirnoff y chupitazos de tequila. "Si no tienes sal y limón, ni te molestes", decía. Estas cosas dejaron de interesarme hace unos años, y si bien desarrollé un gusto especial por el ron añejo y la cerveza de importación, se puede decir que dejé de gastar mis minúsculos ahorrillos en estos menesteres. Y qué le voy a hacer, si disfruto más resolviendo los problemas del mundo frente a una cervezaca de a litro que agitándome espasmódicamente en un local de perreo y zorreo variado.
Así las cosas, resulta que un día me vi cogiendo un avión para Stockholm. Había conseguido ahorrar una buena cantidad, y desde hacía tiempo me atraía la idea de ver mundo. Hasta entonces, yo sólo conocía suecas por las pelis de Pajares y Esteso. Pero los días que pasé en Suecia fueron increíblemente enriquecedores. Y para qué negarlo, no puedo más que compadecerme de aquellos que a mi vuelta soltaron perlas como "yo es que prefiero gastar el dinero en otras cosas".
Como bien dice Gonzo, hay gente que piensa que una vez que acaba el viaje, termina la experiencia. En realidad, lo que pasa es que comienza una nueva etapa de tu vida. Las cosas pueden parecer iguales, pero cambian las texturas, los matices y la manera de afrontar las situaciones diarias. Es como cuando de niño vas al oculista por primera vez y te coloca unas gafas, y, al mirarte en el espejo, te dices "coño, así que éste es el aspecto que tengo...". Personalmente, empecé a preocuparme por cosas que hasta entonces simplemente no tenían cabida en mi vida. Me compré una bici, le puse un timbre con un dibujo de una tortuga y un portaequipajes, y me lancé al asfalto a jugarme la vida. Y así sigo, jugándomela cada día, superando mi miedo a morir atropellado.
Y es que, cada vez que salgo a ver mundo, vuelvo más lleno de ideas extrañas y energía. Se ha convertido en mi droga, y hasta tal punto ha llegado mi obsesión, que en ocasiones me resulta muy difícil volver a la realidad. Es muy fácil acostumbrarse a lo bueno, y muy difícil regresar a un país que no deja de mirarse el ombligo y taparse los ojos con tópicos errados.
Ahora mismo, hace un mes que regresé de patearme Europa durante 23 días. Y no veo el momento de volver a pirarme. Y es que, como dice Javier, "cuando regresas, te encuentras en un lugar completamente diferente".
En respuesta a un post de un chaval con una crisis existencial, Gonzito le recomendaba, entre otras cosas, que viajara por el mundo. En general, yo asentía con cada frase del texto, y decía para mis adentros que "este muñeco de felpa tiene más razón que un santo". Si bien cualquier párrafo habría servido para reflejar mi acuerdo con la entrada de Don Gonzo, me he quedado con uno que dice así:
"Hubo un tiempo en que pensaba que viajar era una pérdida de tiempo: a la vuelta del viaje vuelves a estar en el mismo sitio y además tienes menos dinero. Estaba completamente equivocado: cuando regresas te encuentras en un lugar completamente diferente."
En ocasiones este hombre no sólo consigue arrancarme una sonrisa, sino que además me arranca del asiento y me hace aplaudir a rabiar.
Cuando era mucho más joven que ahora, más o menos cuando me empezaron a salir canas y granos a partes iguales, el dinero se me iba en recargas de móvil, botellas de Smirnoff y chupitazos de tequila. "Si no tienes sal y limón, ni te molestes", decía. Estas cosas dejaron de interesarme hace unos años, y si bien desarrollé un gusto especial por el ron añejo y la cerveza de importación, se puede decir que dejé de gastar mis minúsculos ahorrillos en estos menesteres. Y qué le voy a hacer, si disfruto más resolviendo los problemas del mundo frente a una cervezaca de a litro que agitándome espasmódicamente en un local de perreo y zorreo variado.
Así las cosas, resulta que un día me vi cogiendo un avión para Stockholm. Había conseguido ahorrar una buena cantidad, y desde hacía tiempo me atraía la idea de ver mundo. Hasta entonces, yo sólo conocía suecas por las pelis de Pajares y Esteso. Pero los días que pasé en Suecia fueron increíblemente enriquecedores. Y para qué negarlo, no puedo más que compadecerme de aquellos que a mi vuelta soltaron perlas como "yo es que prefiero gastar el dinero en otras cosas".
Como bien dice Gonzo, hay gente que piensa que una vez que acaba el viaje, termina la experiencia. En realidad, lo que pasa es que comienza una nueva etapa de tu vida. Las cosas pueden parecer iguales, pero cambian las texturas, los matices y la manera de afrontar las situaciones diarias. Es como cuando de niño vas al oculista por primera vez y te coloca unas gafas, y, al mirarte en el espejo, te dices "coño, así que éste es el aspecto que tengo...". Personalmente, empecé a preocuparme por cosas que hasta entonces simplemente no tenían cabida en mi vida. Me compré una bici, le puse un timbre con un dibujo de una tortuga y un portaequipajes, y me lancé al asfalto a jugarme la vida. Y así sigo, jugándomela cada día, superando mi miedo a morir atropellado.
Y es que, cada vez que salgo a ver mundo, vuelvo más lleno de ideas extrañas y energía. Se ha convertido en mi droga, y hasta tal punto ha llegado mi obsesión, que en ocasiones me resulta muy difícil volver a la realidad. Es muy fácil acostumbrarse a lo bueno, y muy difícil regresar a un país que no deja de mirarse el ombligo y taparse los ojos con tópicos errados.
Ahora mismo, hace un mes que regresé de patearme Europa durante 23 días. Y no veo el momento de volver a pirarme. Y es que, como dice Javier, "cuando regresas, te encuentras en un lugar completamente diferente".