Cuando camino por la calle, la gente que veo carece de rostro. No, no es una pesadilla, es simplemente que soy incapaz de diferenciar un pepino de un boniato sin haber convivido con ellos previamente durante una semana. Y lo que es peor, después de esa semana, pepino y boniato seguirán siendo para mí dos verduras sin identificar, pues a mi nula capacidad para reconocer caras, se une mi infame memoria para los nombres propios. Es como si, cuando me presentaran a alguien, mi mente sufriera un misterioso apagón que lo dejara todo a oscuras, como cuando pixelan las imágenes de los niños en la tele, y en el momento de ser presentados formalmente, en lugar de un nombre sonara un pitido en mis oídos.
Siempre he creído que esto también le ocurría al resto de la humanidad, pero por lo visto no es así. Lo sé, porque en multitud de ocasiones me cruzo con gente que sabe quién soy yo, pero que para mí resultan absolutos desconocidos. 'Tú eres amigo de tal', 'nos presentó no se quién', 'salimos una noche con X', 'estuvimos toda la noche hablando en algún tugurio infecto', son frases que me repiten con frecuencia. Por lo general, inmediatamente después de ponerme en situación, me recuerdo en aquel sitio hablando con alguien, pero es que aunque hubiera sido el mismísimo Optimus Prime el que me hubiera invitado a un cubata, no habría sido capaz de reconocerlo a la mañana siguiente.
Hay gente que dice que uno no se debe tomar confianzas con otros hasta que hayan 'yacido juntos'. Tengo dudas sobre si aún en este caso, sería capaz de recordar una cara. Quizá sí sus tetas, aunque antes debería volver a verlas.
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Hace 4 años