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miércoles, 15 de julio de 2009

Nunca más comeré conejo

Desde que Moka llegó a mi vida, me he vuelto un ser humano infinitamente más ñoño. He pasado de comer conejo, relamiéndome y sin remordimiento alguno, a alimentar y cuidar a una de estas peludas criaturas mejor que a mí mismo.

Cuando llegó a casa no era más que un gazapo pequeño y peludo. De color indefinido entre el marrón y el gris, pasó los primeros días fuera de su jaula alternando los bajos de la cama y del sofá, con los ojos como platos y una evidente expresión de pánico. Es lógico. Que te separen de tu madre y tus hermanos con apenas unos meses de vida, y un tiparraco enorme te meta en una caja y te lleve a un lugar totalmente desconocido, para un animal de presa debe ser tremendamente traumático.

Con mucha paciencia y mostrándole en todo momento que mis intenciones eran buenas, valiéndome para tal menester de zanahorias, plátanos y pienso, conseguí que dejara de huir despavorida al verme. Con muchísima más paciencia conseguí que correteara alegremente mientras yo permanecía en la misma habitación. Verla corretear y saltar de alegría corroboró que estaba haciendo lo correcto para ganarme su confianza.

Llegados a este punto, pensé que ya iba siendo hora de domesticarla. Lo primero, era elegir un nombre. Barajé algunas opciones, aunque finalmente determiné que debía ser ella misma la que decidiera. Doblé algunos papelitos con un nombre dentro y se los ofrecí. En sus tres tentativas, eligió siempre el mismo papel, con el nombre de Moka.

Con los mismas hortalizas con las que me la gané, conseguí que acudiera rauda cual rayo cada vez que la llamaba y que volviera a su jaula cada vez que se lo exigía. Castigándola sin salir cuando se cagaba fuera de su jaula conseguí dejar de andar detrás de ella recogiendo conguitos. Observando sus costumbres a la hora de miccionar, logré que utlizara un baño similar al de los gatos.

Al tiempo, Moka fue incrementando su confianza en mí. Tras muchas horas de caricias en su jaula, comenzó a corresponderme lamiéndome la mano. Un día, me sorprendió subiéndose a la cama mientras yo leía. Hoy, se tumba a mi lado mientras le acaricio detrás de las orejillas y me sigue a todas partes. Y llevamos juntos menos de un año.

Después de todo esto, estoy seguro de que nunca más podré volver a comer conejo.

7 comentarios:

Antonio_H dijo...

Bueno, vale, conejo no, pero, ¿Y liebre?

Paumania dijo...

No comeré animales tiernos. Eso descarta a la familia de los lepóridos, los gatos y los perros. No digo más, ya que no soy precisamente un 'comehierbas' y mi 'perroflautismo' está sin desarrollar. Los seres humanos son necesariamente omnívoros, así que, llegado el extremo, te comería hasta a ti.

Unknown dijo...

Yo me quedo con el gato

Antonio H dijo...

To Angel
Supongo que eres de esos a los que no le importa que le den gato por liebre

Paula y Manuel dijo...

Buenas... muy buen blog! Felicitaciones!!!

Te invito a que visites nuestro blog y que luego consideres darnos tu voto en la sección SOLIDARIOS.
Damos de comer a los jóvenes que viven en la calle y el premio redundaría en beneficio de ellos.
Gracias por tu valioso tiempo!!!

Paula y Manuel
www.elmacarronsolidario.blogspot.com

Perséfone dijo...

Te entiendo. Desde que tenemos a Currito por casa me pasa exactamente lo mismo.

Cuida mucho de la pequeña.

Un saludo.

Deprisa dijo...

Totalmente normal, yo tampoco sería capaz después de todo.

Nunca he tenido un conejo como mascota pero conozco gente que sí y son muy cariñosos, como casi cualquier mascota.

Un saludo.