Por fin había llegado el día. A las 9 de la mañana teníamos que estar en la sucursal de NATIONAL ATESA, muy cerca de Juan Carlos I, a la altura del Zig Zag, para recoger nuestro vehículo en alquiler y partir rumbo al aeropuerto de Barajas.
Yo me había levantado a las 7 para acicalarme, además de repasar la lista del equipaje para no olvidar nada. La mochila ya la había preparado la noche anterior. Una vez a punto, me puse en marcha hacia el lugar de la cita.
Para no romper la magia, llegué cinco minutos tarde. El día comenzaba con una finísima llovizna, pero las previsiones indicaban un solazo del copón. Nosotros habíamos reservado un C2 por unos 55 €, un coche más bien justo para tres hombres medio hechos y algo inclinados, pero al llegar al mostrador se nos anunciaba que, sin coste adicional, nos harían entrega de un C3. We have a good karma, my friend.
Salimos rumbo a Madrid, un viaje sin incidentes, frotándonos las manos pensando en todo lo que teníamos por delante. Pero al llegar a Barajas, nos dimos cuenta de algo. ¡Maldita sea!
Nos habíamos olvidado de llenar el depósito antes de devolver el coche. Esto suponía un pequeño recargo adicional, como nos explicaron en el mostrador de la compañía. Nos daba tiempo a ir a buscar una gasolinera, pero pensamos que lo más probable es que nos perdiéramos para siempre y no volviéramos a aparecer nunca más, así que preferimos aflojar la pasta y comenzar la aventura sin mayores contratiempos. Total, que el coche nos salió por 35 € por barba al final. Dentro de lo previsto.
Una vez en el aeropuerto, cogimos un carrito y paseamos buscando nuestro mostrador de facturación. Por supuesto, éramos los primeros en llegar, con más de dos horas de antelación. Tras una pequeña espera, facturamos y nos dispusimos a comer algo. Un pequeño tentempié a base de bocatas de jamón serrano y tortilla de patatas, propiedad de Friscar, que amablemente repartió entre los asistentes cual Jesucristo en la Última Cena.
Pasamos a la zona de embarque, nos informamos de nuestra puerta, y comenzaron las dudas. Resulta que existe una zona para los que viajan a países de la UE y otra para los que lo hacen fuera de ésta. Nuestra puerta, estaba en la segunda, y el guardia de control de accesos nos dijo que una vez que saliéramos de territorio europeo, ya no podríamos entrar. Decidimos esperar hasta veinte minutos antes para ver qué puerta nos había tocado en gracia, ya que todo podía cambiar en cualquier instante. En ese momento, no teníamos muy claro si acabaríamos en Suecia o en Haití. Al final, aunque tuvimos que abandonar la seguridad de la UE para embarcar, todo salió bien y el vuelo de Ryanair zarpó con nosotros y nuestro equipaje en su barriga.
Al llegar a Göteborg, cogimos el Flybussarna, el servicio de autobuses que te lleva hasta la civilización, por unas 50 coronas, al cambio aproximadamente unos 5 €. Como no podía ser de otro modo, unos estudiantes españoles de Erasmus en Borås nos acompañaban, lo que sería una constante durante todo el viaje.
Y al fin, llegamos a nuestro destino, la Nils Ericssonterminalen. Nos habíamos plantado en Göteborg, en la estación de autobuses y trenes, pero aún quedaba lo más difícil. No teníamos ni repajolera idea de cómo llegar a nuestro albergue, el Slottsskogen Vadrarhem. Sólo sabíamos que se encontraba en Vegagatan 21, junto al parque, pero eran las 10 de la noche y no teníamos mapa. Las mochilas, por supuesto, pesaban un cojón, y Göteborg era lo suficientemente grande y oscuro como para acabar durmiendo en un cajero, después de doblarnos la espalda bajo el peso de 23 días de comida y ropa limpia.
Preguntamos al primer sueco que vimos. El hombre, que iba con su mujer y un carrito con hijo, se quedó un poco pensativo y nos espetó un "Follow me". El pavo salió corriendo hacia la parada del tranvía, que ya se acercaba, y dejó atrás a su esposa e hijo. Por un momento, pensé que iba a abandonarlos para embarcarse junto a nosotros en la aventura, pero no. La mujer le dio alcance, a pesar de ir con muletas y arrastrando un carrito.
Nos subimos con ellos en el tranvía de la línea 6, dirección Kortedala y fui a pagar los billetes a una maquinita que había dentro del vagón. Intenté meter un billete gordo de rupias suecas, que era lo único que llevábamos, pero aquello no rulaba. El sueco me explicó que el cacharro sólo iba con monedas, y que había que echarle 20 coronas para que te diera el papelito con la conformidad, pero que salía más a cuenta comprar un bono de diez viajes en un 7eleven. Acto seguido, introdujo su bono tres veces para pagarnos el viaje. "I have saved you again". Pues ya ves, chavalote.
Durante el trayecto, nos comentó unas cuantas cosas sobre Göteborg. Nos indicó dónde podríamos comer, desayunar o comprar, nos recomendó bares y pubs a los que ir... un encanto de persona. Al fin, llegamos a nuestra parada, la de Olivedalsgatan. El sueco nos dijo que bajáramos con él. Nos llevó hasta la puerta del albergue y nos explicó que él vivía cerca. Nos despedimos de él, agradeciéndole de corazón todo lo que había hecho, y maravillándonos por la hospitalidad de aquella gente. Que Dios lo tenga en su gloria por muchos años.
Íbamos pensando que, de haber ocurrido en España, el pobre Sven seguramente hubiera sido robado, apaleado y violado. Pensábamos en todos aquellos garrulillos que habíamos dejado atrás, de las poblaciones circundantes a la huerta, en las que uno al solicitar ayuda en la lengua de Shakespeare es probable que reciba por respuesta algo como "¡Achoooo, pero que m' ehtáh contando!", ocasionalmente acompañados de un par de mecos, sólo por el hecho de ser guiri.
Una vez sanos y salvos en el albergue, nos recibió un pelirrojo. Nos hizo entrega de las llaves de nuestra habitación y nos rebajó un 15% por ser miembros de HI, por lo que se nos quedó el asunto en 21 euros por día con desayuno. El carnet de Alberguista Internacional, que costó 6 €, se rentabilizaría solo en apenas tres días. Nosotros habíamos reservado en una habitación común, suponíamos que un barracón mugriento con trescientos catres en los que le hueles los pies al de al lado y cinco personas te roncan en la oreja. Por disponibilidad y buen corazón, nos dieron sin coste adicional una habitación para los tres solicos, con tele, grifo para la colada y el Barça-Sevilla de 'la Liga', comentado por Erik Gunnar Sorensen y Karl Andersson. Encantados estábamos.
Montamos el chiringuito, comimos algo suave en un impresionante saloncito con cocina atestado de viajeros y salimos a dar una vuelta por el parque cercano.
Paseamos un poco por Slottsskogen, que más que parque era un trozo de naturaleza en mitad de la ciudad. Kilómetros de césped tupido, frondosos árboles, riachuelos, lagos, cataratas, carriles bici... y a lo lejos, una sorpresa de bienvenida. Divisamos un cervatillo. Lo miramos, nos miró, y casi nos echamos a llorar. Éramos muy felices.
Esa noche, volvimos pronto a dormir. Con una sonrisa de oreja a oreja nos marchamos a la cama. Entre la batalla de ronquidos que se habían montado estos dos, yo sólo pensaba en cuánto podría costarme comprar una casa allí.
miércoles, 23 de abril de 2008
Día 1 -. Murcia - Madrid - Göteborg
jueves, 17 de abril de 2008
Justicia para todos
Es para mí hoy motivo de algarabía poder anunciar que los engranajes que mueven la rueda judicial en este país, funcionan. Aunque sea con una lentitud pasmosa, eso sí.
Hace ahora dos años, abandonando una discoteca y después de haber pagado nuestras correspondientes consumiciones, una cajera del lugar conminó a mi pareja a reabonarle el importe íntegro de una noche de fiesta completa, una tarjeta de consumiciones por valor de 60 euros, por el hecho de haberla extraviado. Esta señorita no tuvo en cuenta que apenas dos minutos antes habíamos entrado con nuestro sello puesto para recoger nuestros abrigos, despedirnos de nuestros amigos y marcharnos a casa.
Comenzó entonces una discusión y solicité encarecidamente a mi saquito de alegría que buscara la tarjeta y a la empleada que se tranquilizara para solucionar el asunto. La discusión derivó en trifulca cuando la cajera empujó a mi pareja. Obviamente, la segunda devolvió el empujón, y yo intervine para intentar reconducir el asunto por cauces pacíficos, recriminar la actitud de ambas y pedir calma. La cajera me empujó a mí entonces, y, de repente, un señor salido de la nada me agarró del brazo de muy malos modos junto a otro tipo pelado, que por su gesto deduzco encocado hasta la médula, y me lanzaron contra la pared en un espacio apartado.
Los tipos comenzaron a amenazarme y a decirme que me iban a dar una paliza. Yo estaba aún flipando con los modos de estos dos tipejos y sus escasas razones. Intenté razonar con ellos, pero fue en vano. Les rogué que se calmaran y que volviéramos dentro para buscar la tarjeta, que lo que estaban haciendo ni siquiera era legal, y en ese momento me echaron del local a empujones, sin más.
En la puerta me quedé, exigiendo a un animal con muy poco cerebro que me dejara pasar, que se estaban equivocando y que esto se solucionaba rápidamente, que la tarjeta que solicitaban tenía que aparecer. El animal, por supuesto, me amenazaba con darme una paliza. Por lo visto, esta gente de mal vivir gusta de solucionar las cosas así, intimidando y agrediendo a los clientes.
Yo no podía abandonar la escena, pues mi pareja aún permanecía dentro y yo estaba muy preocupado por ella. Intenté llamar a la policía y, en ese momento, salió mi pareja llorando y muy asustada. Uno de estos animales de la Discoteca Exágono de la zona comercial Atalayas, en Murcia, para más información en la calle Molino de Nelva, número 56, la había agarrado del cuello y la había amenazado.
Una vez que la tarjeta apareció, en el bolso de una amiga, y vieron que no se había consumido nada, se dieron cuenta de su error y la dejaron salir. Nos quedamos en la puerta, pidiendo un mínimo de decencia por su parte y que se disculparan. Pero nada de eso ocurrió. Recibí una nueva invitación por parte del portero para "desistir de mi actitud y solucionar las cosas entre los dos en la parte de atrás". El pobre, no llegaba a más.
Mientras tanto, el culpable, el señor que me agredió, un hombre de mediana edad que resultó ser el dueño, observaba la escena desde la puerta.
- Discúlpate por lo que habéis hecho. Sabes que la habéis cagado - le decía alterado.
- ... - silencio era su respuesta.
- Te vas a acordar de mí, grandísimo cabrón. Te juro que te vas a acordar de mí. Esto no va a quedar así - le grité.
El pavo se fue después de hablar con unos cuantos empleados. Él no lo sabía, pero algunos de sus porteros, evidentemente no los de ese momento, sus dj's y varios de sus camareros y camareras, eran conocidos míos. Incluso mi hermana había trabajado en el guardarropa. Algunos se acercaron a hablar conmigo, y recomendaron al tipejo que desapareciera de la escena. Así hizo.
Después de informarme sobre él y su identidad, consulté con un agente de policía y éste me recomendó denunciar en comisaría.
Por suerte para mí, el tipo me había causado lesiones en un dedo al lanzarme contra la pared y había unos cuantos testigos de la agresión, a pesar de que algunos de ellos me defraudaron mucho por no querer 'meterse en líos' a pesar de ser, supuestamente, amigos míos.
En fin, me presenté con mi parte de lesiones un par de días después para denunciar, tras intentar conseguir sin éxito que mi pareja hiciera lo propio.
Un año después, salió el juicio. Uno se da cuenta de que se ha hecho mayor cuando dice cosas como, 'tengo que ir a ver a mi abogado'. El acusado no se presentó, estaba en Punta Cana tomando el sol, el juez se pilló un rebote del carajo y perdió el juicio.
Le condenaron a pagarme 180 euros, una cantidad simbólica, pero me consuela saber que le amargué un poco la existencia y el delito figurará en su expediente. Para que la gente sepa qué clase de persona es.
Esta semana, por fin, después de dos años desde los sucesos y tras la huelga de los funcionarios de Justicia, el dinero obra en mi poder.
Lo más gracioso del asunto, es que aquella noche estábamos siendo invitados a todo por parte de sus camareros, que no nos dejaban pagar nada. Incluso, en más de una ocasión, por vergüenza torera, pedí a mis conocidos que marcaran algo en la tarjeta, que ya eran muchas las noches que me iba de allí sin pagar absolutamente nada y me sentía un poco culpable por el expolio consentido por sus empleados.
En fin, lo importante es que al final se ha hecho justicia. Lentamente, pero se ha hecho. Mantendré la identidad del condenado en el anonimato, a pesar de que figura todo en la denuncia, el correspondiente expediente del juicio y su sentencia. No obstante, va a tu salud, Pedrito.
PS: No, no es una falta de ortografía, es que los muy ignorantes llamaron a la empresa Hexágono, pero sin H de 'hijos de puta'.
lunes, 14 de abril de 2008
El indigente perruno
Hace un par de meses, me encontraba paseando con mi costilla al amparo de la luna y las farolas, omnipresentes en la siempre excesivamente iluminada noche murciana. Pasear es algo a lo que me estoy aficionando, como en su día me aficioné a los pistachos iraníes o a ir al parque a dar de comer a los patos. Es por estas cosas que algunos piensan que me encuentro peligrosamente cerca de los hábitos de un señor de setenta años. Pero cada uno tiene sus cosillas, que diría aquél, y yo ya voy peinando canas desde hace años, por mucha calidad que atesoren mis botas en los partidos del Trofeo Rector.
El caso es que nos encontrábamos paseando tranquilamente por los jardines de La Flota, cuando cruzando un paso de cebra nos topamos con un perrillo negro que hacía lo propio con el semáforo en verde para personas, que no para cuadrúpedos. Al verlo, no pude más que sonreír y comentarle a mi acompañante "mira que animal más apañao, que cruza la calle por el paso de cebra". Echamos unas risitas, y el animal, que percibió buen rollito, nos siguió a una distancia prudencial desde ese momento.
Continuamos nuestra sosegada travesía con rumbo a mi casa, con el perrillo haciendo la ronda junto a nosotros. Se conoce que el perrillo llevaba un tiempo solo y se notaba que, o bien se había extraviado o bien lo habían abandonado. En cualquier caso, el animal buscaba sentirse parte de una familia, y nosotros hacíamos el camino riendo y hablando en un tono agradable, dirigiéndonos ocasionalmente a él para decirle cosas como "ten cuidado con la carretera, chavalote" o "no te comas la mierda de otros perros, guarrete". En fin, que el bicho llegó con nosotros a la altura del tranvía de Juan Carlos I, y procedimos a cruzar.
El perrillo se quedó rezagado, y siendo como era la avenida, nos preocupamos un poco por el animal al ver que iba a cruzar en rojo alegremente. Nos detuvimos un segundo, con intención de esperarlo. Fue entonces cuando oímos un frenazo y al perrillo ladrar de una manera que nos heló la sangre.
El pobre animal salió corriendo despavorido hacia nosotros, ladrando muy alterado como diciendo "¡Dios mío, ¿por qué a mí?, ¿qué he hecho yo?". A nuestra altura llegó, tembloroso y asustado, pidiendo explicaciones a ladridos, cuando, de repente, lo vimos tambalearse y... se desplomó. Literalmente, lo vimos estirar la pata. Nos quedamos asombrados.
El coche no lo había tocado, pero del susto el animal había sufrido un infarto. Ahí se quedó el bicho, tendido y agonizando. Y nosotros boquiabiertos, sin saber muy bien qué hacer.
Aquí un extracto de la conversación que mantuvimos.
- Llama a la policía - dijo ella.
- Me van a mandar a la mierda - dije yo.
- No sé, me da pena dejarlo así - dijo ella.
- ¿Y qué voy a hacer? ¿Llamar a una ambulancia? ¿A quién se llama cuando a un perro le da un infarto? Si quieres hacerle el boca a hocico... - dije yo.
- Sí, hombre. Antes lo he visto comerse una mierda - dijo ella.
- ¿Sabrías hacerle un masaje cardíaco a un perro? - dije yo.
- Y una paja también, venga hombre - dijo ella.
En esas estábamos, con el móvil en la mano sin saber qué cojones hacer o a quién cojones llamar con un perro moribundo, cuando el animal, cual Jesucristo en una de sus mejores actuaciones en Jerusalén, se reincorporó.
Atónitos nos quedamos.
Nos acercamos al animal, lo miramos detenidamente, y esperamos para ver si se recuperaba. Y efectivamente, el jodido perro negro había resucitado. Tenía lágrimas en los ojos y se había meado encima, pero estaba vivo. Me hace gracia pensar que un par de miles de años antes, unos cuantos fanáticos habrían fundado la Primera Iglesia Perruna del Animal de los Últimos Días, le habrían dedicado cuatro tomos a su obra y milagros, y se le atribuiría la capacidad de mear champán y defecar palomitas de maíz.
En fin, que un ratito después, el perro se puso en pie y volvió a menear el rabo, todavía un poco aturdido. Aún flipando con el desenlace, seguimos nuestro camino, con el perro milagroso siguiéndonos, ahora mucho más de cerca.
Íbamos pendientes de él, en cualquier caso. A veces puedo ser un poco cabrón y reventar ratones contra la pared de una patada, pero, por increíble que parezca, tengo sentimientos.
El perrillo, que debió ser compañero de reparto de Bruce Willis en 'El protegido', se paró un par de veces a vomitar. De su boca salían unas bolas verdes, enormes y gelatinosas, que habrían hecho las delicias de los fanáticos de 'Alien'. Las olisqueaba y seguía su camino. Un milagro más para la Biblia Perruna, más conocida como 'El Ladrido'.
Cruzamos una última calle antes de llegar a mi casa, con el perrillo a cinco centímetros de nuestras piernas. Y al fin, llegamos al portal.
- ¿Qué hacemos? - dijo ella.
- A mi casa no sube. Mi madre me mata. Además, ¿tú has visto lo que le ha salido de la boca? A mí me causa respeto - dije yo.
- ¿Entonces? - dijo ella.
- Nada, como una tirita. Un tirón y listos. No lo mires más, que da penita. Además, mejor aquí, que hay parques y jardines, que en mitad de una autovía para que lo reviente un coche - dije yo.
El perrillo nos miró como diciendo, "bueno, qué, ¿subimos a casa?".
- Fuera bicho, vive tu vida. No te arrimes a las carreteras y corretea por los jardines, que están llenos de gusanitos que tiran los críos y de palomas, que son una fuente de proteínas con plumas - le dije al animal.
Y nos marchamos.
La última vez que lo vimos, nos miraba extrañado desde la calle, mientras la puerta del ascensor se cerraba.
¿Qué habrá sido de él? Lo ignoramos. Pero me temo que sus esperanzas no eran nada halagüeñas. Eso, por supuesto, sin hablar de su escaso instinto de supervivencia. Pero quién sabe, a lo mejor se sacó una tienda de campaña del ojete, acampó junto a la parroquia, invitó al párroco a unos kebabs que también le salieron del orto, el anonadado miembro del clero le tramitó el milagro y lo nombraron Santo. O a lo mejor el chucho sólo tenía lombrices, vete a saber.
viernes, 11 de abril de 2008
Bienvenido, Juan Antonio
Hace tiempo, que lo presenté en sociedad, pero ahora ya es definitivo. Adopté una mascota virtual, ese pato amarillo que come pan y cacahuetes, a la que temporalmente, y a la espera de una idea mejor, llamé Alfred J. Kwak. Cosas de la infancia, ya sabéis.
Ahora que he madurado la idea, creo que ha llegado el momento de bautizarlo. Para ello, he decidido quedarme con el nombre de Juan Antonio. Me parece un nombre muy correcto y punto. Como debe ser.
Al bicho lo podéis ver en la barra lateral, justo debajo de la foto de mi perfil. Sí, esa foto en la que salgo alcoholizado perdido en un albergue de Munich, comiendome una manzana que previamente había robado, en un intento de hacer una foto sugerente que se quedó en eso, en un intento fallido. Llevaba una 'papa' que no veas, y en esos estados toda idea parece buena.
Así pues, Juan Antonio, yo te bautizo en el nombre de Gabri, del Gringo y de un polo que se llama Magnum, Ramén.