Han pasado casi 5 años desde que dejamos la narración de los acontecimientos en el mismo inicio, pero con ayuda de la documentación gráfica obrante en mi poder y el apoyo impagable de la Hemeroteca Samper, me he decidido a terminar este proyecto faraónico, mi Everest.
Como decíamos ayer (guiño), la primera noche en Suecia terminaba con el gracejo natural de un cervatillo mirándonos a los ojos en la inmensidad de la noche.
A la mañana siguiente, sonó el despertador y nos levantamos de los catres como si hubieran venido los Reyes. Nos vestimos con la misma ropa que íbamos a usar durante los 22 días restantes y fuimos a degustar nuestro primer buffet sueco. Previamente, bajamos a recepción para informar de nuestra intención de dejar en mantillas el buffet. Descubrimos entonces que lo que nos habían dejado los Reyes era una rubia de metro ochenta que debía ser hermana de Liza Berggren, prima de Anika Knudsen e hija de una fuente de natillas. Si en ese momento me hubieran amputado un pie, no me hubiera inmutado.
Explicamos a aquella diosa vikinga que queríamos desayunárnosla. Ella nos dijo algo que no entendimos. Nos miramos extrañados y repitió, pausadamente y haciendo el gesto de llevarse un cubierto a la boca: 'Go to eat'. Juro por lo más sagrado que en ese mismo instante casi me corro.
Abandonamos el trance y nos dirigimos nuevamente a la planta de arriba para desayunar. Ante nosotros, en una sala anexa a la cocina, habían dispuesto una mesa central con todo tipo de comida. Embutido, queso, mermelada, mantequilla, cereales, yogur, kéfir, leche, café, zumos, panes de toda clase y condición... Huelga decir que nos pusimos hasta el ojete de todo. Nuestra joven valquiria, mientras tanto, había dejado momentáneamente su Asgard natal, se había arremangado metafóricamente su bikini de conchas y realizaba tareas de desescombro en un attach de aquel comedor. Nos hicimos unos sandwiches con pan de lembas y salimos de allí antes de que nos diera una embolia con aquella muchacha.
Nos dirigimos al primer 7eleven que encontramos. Compramos un billete de tranvía de 10 viajes, como nos recomendó nuestro salvador de la noche anterior, y pusimos rumbo al centro. Por el camino, nos llamó la atención que las bicicletas no tuvieran candado alguno en plena calle. Conociendo la idiosincrasia sueca, diría que en Suecia no hay delincuencia, porque no está permitido.


Bebimos, nos reímos, criticamos duramente a España, que es algo muy patrio, y salimos nuevamente a investigar al caer la noche, aunque esta vez por zona urbana. Al no estar muy integrados, sólo vimos algunas fiestas en algunos pisos de la zona, y a algún grupo de borrachos castigando el mobiliario urbano. Sí, borrachos muy borrachos a las 10 de la noche, no olvidemos que estamos siguiendo un horario de uso europeo. Podemos concluir que, cuando beben, los suecos tienden a olvidar toda su diplomacia, como todo hijo de vecino, aunque como durante el día el contraste es tan importante, la diferencia se acentúa una barbaridad.
Una noche más, otra experiencia al bote. Cada día, más ciudadano del mundo. A la cama, que mañana se madruga.
2 comentarios:
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