El proyecto de nación que era España ha fracasado. No es una sensación, ni siquiera algo que flote en el aire. Es ya algo palpable, tangible, como los pechos de Anna Simon. Es algo que ya no es posible negar.
Empiezo por el final, porque me parece que es importante. Porque partiendo del todo puedo ir detallando los motivos que me han hecho llegar a esta conclusión. Ahora es cuando viene el ladrillo histórico, poneos cómodos.
Hace ya muchos años, España era un compendio de identidades inconexas. Por mucho que los libros de historia se empeñen en conectar estas identidades a través de la definición de pueblos hispánicos, lo único que unía a bastetanos, lusitanos, vascones o carpetanos era que vivían todos dentro de la misma península, rodeados de agua por todas partes salvo por unos montañones tremendos en los Pirineos. Por aquellos días, no existían administraciones que organizaran territorio alguno, y la mayor preocupación era que el vecino no se follara tus mazorcas ni se comiera tus cabras, y viceversa.
La vida transcurría en este día a día de supervivencia, hasta que llegaron los romanos. Lo que encontraron fue un compendio de pueblos aguerridos, pero desorganizados, que resultó relativamente fácil someter a romanización. Y así nació la Hispania romana.
Con el desmoronamiento de Roma, la península es tomada por los bizantinos, que aguantaron con la organización creada por los romanos hasta que llegaron los musulmanes y salieron por piernas. Y una vez más, dominio externo hasta la Reconquista, un periodo de, ojo al dato, 700 años, en el que coincide la decadencia de Al-Andalus con la presión paulatina de los crecientes Reinos recién creados en el norte de la península. En aquella época debía lucharse con canutos y granos de arroz, porque 700 años para dominar un territorio que otros tomaron en un plis, era canela fina. Esto explica muy bien a qué me refiero con 'pueblos desorganizados e inconexos'.
En este periodo se fraguaron las fusiones de Reinos, hasta que, hace unos 500 años, se conforma algo parecido a la España actual. Llegó el imperialismo, la sucesión de reyes y, finalmente, un rey italiano que nos tocó en la tómbola, Amadeo I, con el que ya dijimos 'no way' y el chiringuito monárquico llegó a su fin.
La República se instauró en España en 1873, aunque no duró ni dos años. Una pena. La España de entonces no estaba preparada para poder tomar decisiones, y aquello fue un caos organizativo absoluto, aunque el proyecto emprendido y las ideas eran realmente ilusionantes, incluso más progresistas que las que hoy nos rigen.
Vuelta a la monarquía tras un Golpe de Estado, otro Borbón francés que nos trajeron, y hasta 1931, en que otro Golpe de Estado lo hizo salir por patas, no tuvimos otra soberanía popular, a través de la II República.
La II República fue aún más radical, y tocó muchas cosas que gustaron a algunos, como los privilegios de la Iglesia y otros 'lobbies' nada dispuestos a perder su estatus. Una vez más, el proyecto resultaba ilusionante y repleto de ideas progresistas, pero a la caverna no le gustaban los cambios, y llegó la Guerra Civil.
La dictadura duró 40 años, hasta que el gallego dijo de morirse. En la posguerra se hizo famosa la represión. Todos hemos oído hablar del 'paseíllo'. Una llamada a la puerta a altas horas de la noche en la que unos agentes te invitaban a dar un 'paseíllo' con ellos. El acompañante no volvía a aparecer por casa, y si lo hacía, era con un tiro en la cabeza, tirado en una cuneta o junto a una tapia. Esto duró algunos años, luego se modificó el sistema por una prisión preventiva para cualquier voz discrepante para con el Régimen. Pura delicia. En realidad, la Guerra Civil no terminó hasta el 20 de noviembre de 1975.
De este sistema caciquil instaurado en la dictadura heredamos una 'democracia'. Y hay que decirlo entrecomillado, sí. Muchos de los ministros de Franco se presentaron a las elecciones, y algunos fueron elegidos. En realidad, la cosa no cambiaba demasiado en cuanto a la organización, ya que al final mandaban los mismos, pero ahora se les elegía cada cierto tiempo. De aquellos barros, estos lodos. El sistema era corrupto en sus inicios, pues heredaba toda la infraestructura caciquista del franquismo, su opacidad y su falta de transparencia. El pueblo, que no estaba acostumbrado a meterse en asuntos de Estado, tampoco estaba preparado para un cambio real. Podríamos decir que la corrupción siempre ha existido en España, pero hasta ahora no nos habíamos dado cuenta por ser unos demócratas demasiado inmaduros.
Ahora, después de pasar toda nuestra historia luchando en guerras de otros y contra nosotros mismos, nos dicen que España se rompe. Pero, ¿qué es España? España fue siempre un proyecto que nunca llegó a cristalizar. España es un proyecto ideado por otros, para el cual nunca nos pidieron opinión. Y cuando tuvimos voz para decir qué queríamos de España, otros se encargaron de decirnos que 'eso, ni de coña'.
El resultado de excluir a los ciudadanos del proyecto es la desafección. A los símbolos, al sistema, a todo. No son sólo las tensiones en Euskadi o en Catalunya. Ya no se trata únicamente de que el proyecto fuera impuesto y se olvidara de la integración de las diversas identidades, cosa de la que también adoleció. La tensión ya se palpa en cualquier rincón de este proyecto de país. Los que nacimos en democracia, nos hemos educado libres e informados, y ahora somos demócratas adultos. Queremos saber, queremos participar, conocemos otras formas de hacer las cosas, y nos rebelamos contra un sistema que ignora nuestras voces continuamente.
Por eso, hoy el proyecto que era España ha fracasado, porque nunca fue nuestro proyecto. La única posibilidad para este proyecto es su desaparición. La única posibilidad es empezar de cero, iniciar un nuevo proyecto, reescrito por completo. Un nuevo sistema, una nueva estructura, una nueva organización. Empezando por una nueva Constitución, pero esta vez, elegida por unos ciudadanos adultos e informados. Queremos que nuestra voz sea la única que se escuche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario